martes, 6 de marzo de 2012

Tristeza.

Hay mucha gente (la gran mayoría de gente con la que he hablado de ello, la verdad) para quien la soledad no siempre significa tristeza pero, cuando se sienten tristes, buscan a alguien que les acompañe y les quite la soledad, como si la frustración, la amargura, la confusión, el malestar, se puedieran así dividir en dos. Como si fuera un peso que se reparte y se vuelve más y más llevadero hasta que logras olvidarlo. Otras personas culpan a la soledad de su tristeza, y se dedican desesperadamente a la búsqueda de alguien que supla el vacío, relegando e ignorando todo lo demás.
Yo, sin embargo, cuando estoy triste, no rechazo la soledad: ella me protege. Me aísla. Me arropa con su silencio y crea un muro a mi alrededor y contra el mundo, de manera que todos mis sentidos se olvidan de todo lo que no sea yo y mi tristeza. Todo lo demás no es más que ruido, exceso, distracción, responsabilidad, obligación.
Así voy curándome las heridas. Así voy buscando hacia dentro.

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